𝐃𝐞 𝐫𝐨𝐦𝐚́𝐧𝐢𝐜𝐨 e 𝐜𝐚𝐧𝐭𝐢𝐧𝐚𝐬 na c𝐨𝐦𝐚𝐫𝐜𝐚 𝐝𝐞 𝐒𝐚𝐫𝐫𝐢𝐚
Un fin de semana en el pais de las aguas y de los bosques.
Le pregunté a un amigo de Sarria por el Románico de esta comarca y éste me dejó un viejo folleto del Xacobeo de los años 90 titulado: “EL ROMÁNICO DESDE SARRIA”.
Anoche partimos de Vilalba y nos quedamos el “finde” en el Hotel Alfonso IX tras dar cuenta del afamado cocido de porco celta.
Esta mañana madrugamos con los chavales y mi mujer, que como conduce bastante mejor que yo y no le gusta el vino, se puso al volante. Tomamos la carretera de Portomarín y a los 2 km. giramos hacia el sur hasta llegar a la iglesia de Barbadelo. Barbadelo son palabras mayores, por algo es Monumento Nacional desde los 80. Continuamos hasta toparnos con Mercado da Serra, donde en tres casas hay tres cantinas. Quizá sea este lugar al que se refiere el Códice Calixtino cuando indica que a las ferias de Barbadelo acudían hosteleros compostelanos, judíos, cambiarios y hasta meretrices. En una de estas tabernas del Camino –dónde Arantxa nos puso el segundo café del día– estaban en plena matanza. Continuamos hacia el sur hasta llegar a la iglesia de Sto. André de Paradela, que resultó no ser de Paradela sino del Concello De Sarria.
Seguimos un poco más hacia el sur por esa carretera provincial y llegamos a la laguna y al pazo do Tumbiadoiro, donde, bajo sus 3 escudos, tallado en las dovelas del portalón, se puede leer “PARA POBRES ESTÉ SIEMPRE ABIERTA”.
Volvimos a la carretera paralela al Camino de Santiago y alcanzamos Belante, con sus dos sensacionales portadas románicas, de allí a Biville donde nos abrió un vecino y pudimos subir con los niños por una curiosa escalera pétrea de caracol hasta la espadaña. Luego, ya en el ayuntamiento de Paradela, a la de Vilaragunte donde el pedáneo nos mostró la fantástica cruz parroquial de plata.
Entonces al norte, hasta Mirallos, o Ferreiros, o como se diga … , donde junto a la iglesia, con su enorme portada de tres arquivoltas –tan idéntica a S. Pedro de Portomarín !!!– y con sus cabezas de leones en ambas mochetas, pudimos tomar una taza de caldo que nos sirvió Natalia del mesón O Manuel.
Bajamos al río Loio y por una carretera serpenteante subimos a la capital de Paradela y vimos el excepcional cruceiro de su románico templo. De allí a la iglesia de Suar, próxima a una casa blasonada. Nos desviamos en O Castro hasta S. Facundo de Ribas de Miño, otro Monumento Nacional, dónde gótico, románico y hasta frescos de estilo flamenco andan a partes iguales. Hay aquí una hermosa ruta de senderismo pero eso quedará para otros día.
Dejamos a la izquierda Portomarín, pues ya lo conocíamos, y tras 2 km., ya en el Concello do Páramo, nos desviamos al norte hacia el Miño dónde vimos los restos de la antiguo templo de Santiago de Ribas de Miño el cual iba a ser engullido por el embalse aunque finalmente el agua le quedó a ras. Allí andaba el párroco colocando unas piedras y nos contó del interesantísimo Santiago sedente que ahora está en la iglesia nueva, además de indicarnos que teníamos que desviarnos hacia la montaña para ver la tríada de joyas del románico paramés, con ambas portadas románicas cada una. A mi María le dije que si hacíamos esa tríada GRALLÁS-VILEIRIZ-FRIOLFE, como decía el sacerdote, luego había que tomar otras tres tapas en el campo de la feria de O Páramo.
– “Hecho”. Me dijo ella.
Mientras “mi choferesa” andaba a la busca de románico, yo no dejaba escapar ninguna cantina para probar el “vino nuevo” de Paradela y O Páramo, que aunque no estén en la D.O. Ribeira Sacra, son suaves vinos de paisano de esta ribera del padre Miño. Las cantinas en estas aldeas a veces solo se perciben por un montón de cajas de bebidas que hay a la puerta pues a menudo no tienen cartel fuera y con éstas encontramos la cantina de Cendoi. Con el vino, la ama de la casa nos cortó unos trozazos de empanada de tocino – grande como la rueda de un carro –, de esas que cuando paras de comer lloras lágrimas de grasa por no poder seguir metiéndole el diente, que diría mi bisabuelo.
Subimos en el coche hacia el monte y se nos aparece la enigmática Grallás, luego Vileiriz y al fin Friolfe, maravillosa con su atrio desde el que se divisa la ciudad de Lugo y con su interesante puerta al poniente con relieves de la cruz de Santiago, las estrellas de los Fonseca y de la venera jacobea.
Cerca del campo de la feria de O Páramo apenas unos callos con un vino de mezcla o “coupage” de mencía y garnacha local, antes de dirigirnos ya hacia el municipio de Láncara.
El ábside de Neira de Cabaleiros, aunque semicubierto de hiedra, es realmente armonioso. Estos templos rurales no son las “catedrales” que hay por la Ribeira Sacra o por Castilla pero mis chavales, que en su vida han mirado estas viejas piedras, están maravillados descubriendo todo tipo de fieros animales, monstruos y otros seres mitológicos tallados en el durísimo granito de los capiteles, mochetas y canecillos de estas iglesias.
-Papaaa!!! ¿Es eso un león alado? ¿Qué pinta esa sirena en ese escudo? ¿Cuál dices que es un grifo?, ¿Qué es un grifo? ¿Por qué se están comiendo esos leones el uno al otro en ese capitel? ¿Verdad que ese canecillo es un toro y no una vaca?
Pasamos por la iglesia de Bande dónde nos comentaron que no tiene capiteles en la puerta porque están en el claustro del Museo Provincial de Lugo pero si los tiene en el altísimo arco triunfal.
Parada obligada en la cantina de Vilaleo con tapa de pulpo cocido en cocina de leña.
Bajamos al río Neira y comenzamos a subir a San Xoán de Muro. Esta comarca es ondulada, no como nuestra Terra Chá y aquí realmente casi no ha llegado el eucalipto. Todos estos valles de la Comarca de Sarria están tapizados de carballeiras, “soutos” de castaños, olmos, alisos y otras cien castas de árboles que decía Unamuno cuando describía estas tierras en sus correrías por Galicia. Y de los más enormes es éste el de Láncara.
Comimos y bien en la Taberna Airexe. Chorizos frescos con cachelos para nosotros y que los chicos prefirieron fritos con sus patatas. Vimos el pequeño reloj de sol de lo que debió ser la rectoral y luego la preciosa iglesia con su extraño hombre con la soga al cuello en el tímpano y sus finos capiteles de animales del arco mayor.
De allí al templo de Oleiros, donde también hay casas blasonadas. Y ya de vuelta al municipio de Sarria llegamos a la iglesia de Lousadela, que dice mi mujer que es de lo mejor de estas tierras por la gran cantidad de finos canecillos, por su portada pero sobre todo por los poco estudiados capiteles de los dos arcos de su presbiterio: músicos, sacerdotes, leones, … Mientras los niños dicen que los canecillos de Sto. Estevo de Lousadela son unas guarradas de esas del kamasutra. María les explica que podría ser un onanista pero que también podría ser un yogui.
Ya pegada a Sarria la modesta capilla románica de Requeixo con casa blasonada adosada. De allí a Corvelle, con sus petreas cabezas de toros que se conservan mucho mejor que las de Muro.
Y para rematar la jornada, tras 97 kilómetros, 20 iglesias románicas y apenas una docena de cantinas nuestra última parada es el maltrecho pero auténtico ábside ajedrezado de Vilar de Sarria que tanto por dentro como por fuera vale la pena, ¡Vaya si vale!!!.
Mañana iremos a ver el otro románico, el que no es de granito sino de pizarra en las tierras de Samos y y de marmol en O Incio.
Esta ruta es como el símbolo del infinito según me indica el plano que nos facilitaron e el Hotel Alfonso IX. Algo menos de 200 kilómetros pero si paras en todas las cantinas de la Comarca de Sarria –y es que a mí me chifla el “viño novo”– es mejor darte dos días que la Ruta Jacobea a ha permitido que en esta comarca, al pie de cada templo casi siempre hay una vieja cantina que esconde los secretos de esta gastronomía de la Galicia profunda.
Y ya descansando en la terraza del Hotel Alfonso IX, con un augardente de Portomarín, mientras mi estupenda “choferesa” me comenta todo lo que hemos visto en estos viejos sillares de granito le hago mi comentario de la otra ruta gastronómica y de todo lo que hablé con estos, mis paisanos:
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